jueves, diciembre 29, 2005

Por la otra vereda

Siento un sudor frío corriendo por mi espalda. Te he visto caminando por la vereda de enfrente. No sabes que aquí, a pocos metros, la vida te prepara una sorpresa que te llevará por un segundo a ese pasado nuestro que hoy creo sólo yo recuerdo.

No soy más que una regresión, un recuerdo, la obligación de revisar si las decisiones fueron las correctas. Pero ahora caminas por la vereda de enfrente, ignorante de que a este lado una mirada fija se posa sobre tu espalda.

La suerte ayuda. Tanta gente hace que logre parecer casual, despreocupada, cuando cruzas la calle y llegas a este lado de la calle… ¿qué pasará por tu mente ahora? ¿Sentiste emoción al divisarme entre la gente, al oír mi voz, la misma voz que te hablaba entre gemidos de una historia inconclusa y que regresa, negándose a morir completamente, sin importar cuan agónica se encuentre?

Te vi, caminabas ignorante del cuestionamiento que se te viene. Te vi, pensé que sería conversa como antes. Pero no estabas ahí. Te vi y no eras tú. Recordé entonces tantas noches de conversaciones, esa amistad solapada y oculta entre besos y caricias, esas confesiones de lo peor y lo mejor de nosotros mismos… Tantas hojas escritas en nombre de un ser que no existe más que en mi memoria.

Y sigues apareciendo hoy… te veo caminar por millones de veredas y mi corazón no busca escaparse de la boca, correr por otros mundos con pretensiones de universo. El tiempo no es mal amigo: otros amigos de entonces siguen siendo iguales. La vida no es mala amiga: otros amigos de entonces siguen con la misma vida.

En el fondo, descubrí que ese hombre algo gordo con anillo al dedo y trabajólico que camina por la vereda de enfrente antes fue un joven más delgado sin anillo y menos trabajólico, pero con potenciales de ser hombre ejemplar de la sociedad postmoderna. En definitiva, aquel que escribía sobre noches donde todos sabían amar no existe, es un eufemismo de mis divagaciones.

Te vi. Caminabas ignorante por la vereda de enfrente. La gota de sudor se secó en mi espalda antes de que dijeras “hasta luego”. Muchas otras tardes te vi y la gota no volvió a aparecer en mi espalda…


Mía

domingo, diciembre 04, 2005

Llegará el día

Llegará el día en que caminemos libres por las grandes alamedas… hombres y mujeres libres de autocensura, de eufemismos, liberados de sus miedos, de las imposiciones sociales, de las etiquetas grabadas con ira en nuestras almas…

Llegará el día en que no se diga que somos feministas, conflictivos, comunistas o supeditados a nuestras ideologías por el simple hecho de pensar… no diferente, sólo atrevernos a pensar…

Llegará el día en que caminemos desnudos por las calles de asfalto… no desnudos de ropas, desnudos de almas. Cada uno de nosotros conocerá al otro, confiará plenamente en quien esté a su lado… llegará el día…

No será mañana… no será dentro de un años… no sabremos cuando ocurre… sólo apagaremos las luces y veremos que éstas siguen brillando e los ojos de nuestros compañeros aún cuando no estén encendidas…

Nadie estará más solo entones… siempre habrá

una mano amigo para acogerle…

Para entonces, todas nuestras siembras darán frutos… probablemente no seamos más que polvo entonces… pero seremos el polvo que sustente en camino que pisan los hombres y mujeres libres… nadie recordará nuestros nombres… nadie recordará nuestras caras… nadie hablará de este grupo de hombres y mujeres que hace tanto comenzaron el proceso que los llevó a caminar libres por la vida… lo importante, amigos y amigas… es que el proceso ya ha comenzado… Paz, fuerza y alegría a todos…

domingo, noviembre 13, 2005

No estás...

No estás... vives en cualquier parte y no estás... te busco... no encuentro nada...

No estás... te fuiste y vives ahora en otras manos... habitas otras pieles...

No estás... que vida tan distinta la que vivimos... yo posada sobre una nube idealista... tú, sometido a los designios de un sistema de que reniego...

No estás... no estuviste... no estarás... daremos vueltas por los recuerdos y esas noches de aventuras nocturnas serán esas cosas que no se le cuentan a los nietos...

No estás... no estoy... vivimos de lados diferentes ahora... no derramaré una lágrima por eso... no derramarás una lágrima por eso... nada de las frases de aquel poema vive ahora...

Mía...

jueves, mayo 05, 2005

El voraz animal que navega en la Red

Las monedas sonaban en mi bolsillo. Diminutas monedas que escapaban de mis dedos con la absurda idea de escurrirse por el orificio de la entretela de mi pantalón. Tintineaban de acuerdo al movimiento de mis piernas: izquierda... derecha... izquierda... derecha... tin... tan... tin... tan... Las monedas sonaban en mi bolsillo cuando entré al cibercafé.
Una vez sentados (las moneditas y yo), una de las monedas se lanzó en la ranura a un costado del aparato, sacrificándose para regalarme por media hora el sueño de interactuar con la pantallita brillante que pestañeaba coquetamente, guiñándome sus 1200 dpi al unísono.
Así, las monedas abandonaron mi bolsillo paulatinamente, arrojándose cual suicida a la abertura tragamonedas del computador de alquiler. Dejaron de cantar en mi cartera, expiando sus penas para convertirse en instancias interactivas que alimentaban la memoria virtual del voraz animal que navegaba en la red.
La luz de la pantalla se reflejaba como estrellas amarillas a mil años luz de mi ubicación geográfica, me envolvía. Quería seducirme, obligarme a participar en el candencioso juego mental de esa pantallita frívola que jugaba con los impulsos eléctricos de mi cerebro.
Con señuelos computacionales, el dispositivo de salida me convenció para entrar en el hechizo de ese mundo virtual, resguardado sólo para quienes pasan más de quince horas diarias frente a éstas máquinas infernales, creadas con la seudoidea de ayudar a la raza humana.
En un destello el local desapareció, se convirtió en aire negro, espesa aura irrespirable. ¿Qué importaba el cuerpo de la chica del computador de al lado si ahora nuestras mentes se fundían en este sueño virgen de los computófilos? La atmósfera aquí es espesa para suspender nuestras mentes en un universo donde nuestras sinapsis se vuelven bytes que alimentan al voraz animal que navega en la red...
Repto entre los microchips y lo cables que ahora parecen inundarlo todo, tomando una magnitud similar a la Selva Amazónica. Repto hasta el cuadrado que asoma al mundo fuera de la red... Miles de cuadrados brillantes distribuidos circularmente y que exhiben realidades como un celuloide. Le Tour Eiffel, the Liberty Statue, Alturas de Machu Pichu, las Ruinas de Tchichen Itza... todos son escenario de alguna figura en proceso de seducción, observan impávidos a algún personaje en estado casi catatónico, son testigos impasibles del crimen que a diario la entidad virtual comete, cuando las insulsas personas son absorbidas por el voraz animal que navega en la red...
Los cuadro del celuloide pierden brillo, desaparecen ... las monedas que alguna vez danzaron en mi bolsillo, alegrando mi día, están ahora en el estómago del ordenador que hipnotiza mi cuerpo. Ya no tengo con que alimentar a la ranura del costado del computador.
¡¿Cómo escapo de éste mundo paralelo si mis monedas cantan en otros bolsillos, ajenos a mi desgracia?! Faltan sólo tres recuadros para que la baja de energía llegue a la pantalla que divide mi cuerpo de mi pensamiento. Repto, corro, mis sinapsis crean alas para ganar la loca carrera de la que depende mi sanidad mental, mi libertad de esta realidad donde mil mentes se funden en una, y mi futuro idilio con el voraz animal que navega en la red...
Necesito salir, necesito olvidar la existencia de este ciberuniverso que envuelve mis pensamientos, engatuzándome cual serpiente con sus presas... Necesito escapar, volver a la seguridad de mi cuerpo, al mundo tridimensional donde la figura es palpable y no es un etéreo cúmulo de facultades intelectuales y sinapsis alimenticias... Necesito arrancar... necesito.
Repetitivo el destello me transporta otra vez al cibercafé. La misma máquina envolvente, los mismos 1200 dpi coquetos. La misma chica sentada a mi lado, con mirada de víctima del voraz animal que navega en la red... ya no quedan monedas, sólo el recuerdo de una ciberpesadilla de cursores que pestañean sistemáticamente.
La pantalla se apaga, se vuelve un diminuto punto azul al centro de la superficie convexa del vidrio negro. Me levanto, con las manos en los bolsillos vacíos de alegres monedas cadenciosas.
Mis pasos retumban entre las hileras de aparatos que amueblan el cibercafé. Mis pasos retumban cuando camino por el pasillo, libre, con la sola idea de alcanzar la puerta. Mis pasos retumban cuando cruzo el umbral, penetrando en el universo denso y oscuro del aire negro. Mis pasos retumban cuando cruzo el umbral y entro en la boca del voraz animal que navega en la red... ya saben, cuando se entra en el sueño de los computófilos nada logra sacarte de allí.

lunes, abril 25, 2005

Dormidos en el Tiempo

Qué importa lo que seamos tú y yo, si hoy nos dormimos mientras observábamos el devenir de los tiempos.

Siento frío y es tu cuerpo quien acalora mi cuerpo. Siento hambre y es tu sangre la que alimenta mis venas. Y que importa lo que seamos tú y yo si mañana despertaremos y el tiempo no será el mismo.

Sentiré frío y tu cuerpo no tendrá calor. Sentiré hambre y tu sangre habrá acabado. Nuestras razones serán poco importantes entonces cuando el tiempo sea otro y estemos suspendidos entre dos épocas que desconocemos y que nos molestan.

Y quizá sus ideas nos aburran, las ideas de estos años que detuvieron nuestra andanza.
Lo que sucede es que el tiempo se volvió un tema recurrente en nuestras palabras y todo porque un día nos dormimos mientras hablábamos de tiempos inmemoriales y ese mismo tiempo se volvió loco a nuestra espalda.

viernes, abril 22, 2005

Desencuentro

Qué alguien me explique por qué nadie me advirtió que tú y yo no seríamos parte de algunos juegos eróticos. Y que este intento de historia sería tan corto y desilusionante. De haberlo sabido, no habría vivido aquel instante que parece desfilar frente a mí, inadvertido, sin que el tiempo se percate de su existencia.

Y ahí estábamos los dos, desnudos sobre una cama que antes había recibido a un centenar de amantes de seguro mucho más apasionados que nosotros, en un cuartucho hediondo cuya única cualidad era generar en mí la idea de los actos más obscenos de la historia. Veníamos de un par de encuentros furtivos, cual de todos menos excitante que el anterior y que terminaron por convencernos –o más bien, convencerme- que las cosas no iban a resultar.

Entonces la frase resultó bastante natural después de intentar hacer el amor sin conseguirlo, si es que se puede llamar a eso hacer el amor, porque no le alcanzaba ni para el apelativo de sexo. La cama suena, el condón es muy chico (¿o muy grande?), la ducha tiene una gotera y tu olor me parece desagradable, pegajoso y se me antoja que la piel se me impregnará de él y tendré que darme una ducha de varias horas para quitar esta repugnante capa invisible que se cuelga de mi cuello y lo abraza como una serpiente intentado sofocar a su víctima.

Fue inevitable cuando entre el suspiro, el sueño y la frustración las palabras saltaron, se agolparon entre la garganta y la lengua, se desfiguraron primero para adquirir la figura particular del desencantamiento, y salieron primero como calladas frases dichas entre labios, los mismos labios que hace un minuto besaban una boca que en el fondo disgustaba, con una lengua excesivamente regordeta y babosa. Las letras salieron primero como un susurro, tomaron personalidad propia, se juntaron en palabras inteligibles y saltaron exiguas por entre mis dientes... No va a resultar...

- ¿Qué dijiste?
- Nada...
- No, dijiste algo...
- Que no va a resultar...
- ¿qué cosa?

¿Qué cosa? ¿Cómo no vas a entender qué cosa? ¿Acaso estoy sola en este cuarto o sólo a mí me pareció uno de los actos más intrascendentes de toda la existencia humana? Hay cosas que simplemente no entiendo: toda la historia es testigo de uno de los momentos más absurdos desde la creación del hombre y a ti te sigue pareciendo algo digno de repetición... ¿y que hay de mí?...

Y vino esa imagen incongruente de dos personas que después del encuentro ni siquiera se miran, se despiden con un beso que apenas roza la mejilla, cansados de tantos tropiezos que no llevan a nada. De seguro si existe Dios y mira el cuadro pensará que tan patética foto no se cataloga en el pecado, porque el pecado necesita de deseo, de gozo, de lujuria, y en este caso ninguno de esos tres sentimientos había tocado esta alcoba, al menos no durante el par de horas que decidimos utilizarla.

Me fui a casa. En el trayecto no pude dejar de comprobar que efectivamente tu olor se había pegado a mi cuello y salía como aprisionándome, como queriendo recordarme a cada segundo que no estaba hecha para esto. Cuando llegué, tal como me lo imaginé cuando tu boca recorría los lugares más recónditos de mi cuerpo –esos que en otra circunstancia y con otra persona simplemente me hacen perder el sentido-, abrí la llave de la ducha para que el agua recorriera los mismos centímetros de piel que antes tus dedos habían dibujado torpemente intentado convencerme que el encuentro valía la pena, para que el agua me liberara de esa anaconda invisible a punto de abrir su boca para comenzar a tragar mi cabeza.

Y finalmente me dormí, con la luz prendida para evitar que las penumbras me llevaran nuevamente a ese lugar que desde mañana borraré de mi memoria para seguir con la rutina. De seguro mañana tú ya no serás tú y al hablar de nosotros no estarás incluido en el cuento.


lunes, abril 18, 2005

Mi silueta parada en tu dintel

Verás mi silueta parada en tu dintel.

Verás que desde la penumbra de la noche mis labios te sonríen y mis ojos iluminan tu regazo.
Pensarás entonces que he ido a visitarte y tus miedos turbarán tu memoria. No recordarás mi nombre, no recordarás mi cara, sólo sentirás nuevamente el calor de mi cuerpo pegado a tu espalda, el olor de mis labios en tu cuello, el sabor de mis muslos en tus manos.

Me buscarás en tu recuerdo y sólo tendrás evocaciones de una noche pasajera. Sin luces, el cuarto no repetirá mis voces. Sin luces, las sábanas no prodigarán mis caricias. Sin luces, las paredes no disiparán mis palabras de ti memoria.

Verás mi silueta parada en tu dintel.

Buscarás entre tus mujeres a cual de todas pertenece esa silueta que te sonríe desde un lóbrego rincón. No entenderás el vacío que deja esa silueta en tu aliento. No entenderás el desamparo que deja la ausencia de mi ausencia en tus noches de abandono, en tu vida de forastero errante y anacoreta.

Me buscarás y sólo encontrarás una silueta parada en tu dintel. Seguirás buscando y ya no habrá nada. Vacío. Espanto. Miedo. La certeza de haber perdido algo… y ni siquiera darse cuenta de ese paso.

domingo, abril 17, 2005

Fuego

Sé que no me creen, nunca nadie lo hace. Ayer, por ejemplo, cuando salí de la casa corriendo, con la camisa desgarrada y colgando por los hombros, exhausto, sudando frío y atemorizado, todos creyeron que yo había hecho algo, que intentaba huir de mi crimen... ¡Yo! Cuando sólo trataba de escapar de la desgracia... y de ella.

Sí, la casa era de dos piso. Tenía un lindo living color marrón. A ella le gustaba el marrón, decía que no se ensuciaba. Todo en esa casa era como ella: el pasillo siempre limpio, la fachada siempre pintada, esas paredes blancas sin una mancha. Todo en esa casa se parecía a ella, siempre tan perfecta, siempre mostrándole al mundo su belleza, la perfección de su casa y su familia... Ella quería ser perfecta y que yo lo fuera también.

Entiendo que mi declaración es confusa. Usted me pregunta porque no vine antes, porque no pedí ayuda. ¡Para qué! Si nadie me creía. De hecho, vine una vez, hace como tres meses, y usted mismo me dijo -entre sonrisitas burlescas- que no me preocupara, que ya iba a pasar... ¿No lo recuerda? Ese día yo traía una marca en la espalda... la plancha caliente... ¡Ah! Ve que ya recordó... Entonces sus ojos parecían reírse y supongo que eso hizo cuando me fui... veo que no hace lo mismo ahora...

En fin, anoche fue como todas las noches. Yo nunca sabía que podía pasar. El ciclo siempre era el mismo: primero lloraba, pedía disculpas, que me pusiera en su lugar, prometiendo que nunca más sucedería; luego se ponía irascible, cualquier cosa era pretexto para insultarme; de ahí a las ollas, las lámparas o los sartenes voladores no había mucho, bastaba que yo la mirara y listo. Es que ella era así, siempre tan predecible y tan sorpresiva a la vez.

Bueno, como le decía, esa noche salté por la ventana -que por suerte estaba abierta- y corrí por el jardín. Quería esquivar un jarrón que se me venía encima. Supongo que entonces, esperándome, se quedó dormida.

Estaba enojada, bastante más enojada que las otras veces. Poco antes había dicho que no cocinaría, que nunca más haría nada de “sus labores de esposa”. No sé porqué esta vez si le creí. Su tono era mucho más convincente que las otras peleas.

Así que me fui, no quería verla, sabía bien que cuando despertara sería otra vez lo mismo: las disculpas, los llantos y las promesas... y yo que nunca pude resistir sus ojos negros llenos de lágrimas ni su sonrisa amarga intentando conquistarme, logrando que me sintiera culpable de todo.

Pero en la noche no resistí más y entré a hurtadillas. Me sentía cansado y en el fondo la extrañaba a ella, a la casa, a los llantos y a la reconciliación... Usted sabe, lo mejor siempre son las reconciliaciones.

La encontré borracha en el sillón grande -sí, el sillón marrón-, dormida de tanto beber, pero siempre tan bella con su cara blanca y ese pelo ondulante calléndole por los hombros como un río de petróleo. Parecía una muñequita de loza: perfectamente hermosa y con una actitud diabólica.

Estaba sin conocimiento, así que cerré las ventanas y las puertas, incluso me di el trabajo de sellar las rendijas con papel.

Usted sabe, las llaves del gas suelen quedar abiertas... ¡No! Claro que no fui yo. Pudo ser una fuga o la manguera de la cocina mal puesta... Es que la habíamos comprado hace poco porque a ella no le gustaba el color de la otra.

¿El fósforo? ¡No! Eso fue un mero accidente... Soy un vicioso, lo acepto... No fui yo... Yo sólo quería fumarme un cigarro para celebrar la libertad...

sábado, abril 16, 2005

En mis pupilas

Te verás reflejado en mis pupilas y te gustará lo que veas.

Descubrirás que en ningún otro ojo tu imagen se verá como en el mío, y entonces será tarde para seguir mirándose en ese espejo.

Dirigirás tus miradas al infinito, en constante búsqueda de la imagen que viste en mis ojos. La buscarás en sus ojos, en tus ojos, en millones de ojos. Más no encontrarás en ninguno el reflejo de tu reflejo en mis pupilas, y por más que mires al firmamento, no encontrarás el brillo de las estrellas puesto en tus mejillas, porque ese es un regalo que sólo verás cuando mires a través de mi mirada.

No compartiremos noches, ni madrugadas, ni amaneceres privados de espanto. Los fantasmas ya no vendrán a visitarnos por las noches para darnos suerte en nuestro viaje de amantes furtivos.

No te volverás a ver reflejado en mis pupilas y no te gustará lo veas en otras pupilas.

No me volveré a ver reflejada en tus pupilas y no me gustará no verlas en tus ojos de animal errante por el tiempo.



viernes, abril 15, 2005

Vida cotidiana

Se levantó de la cama, se vistió rápido, comenzó las labores de la casa.

Limpió la cocina, preparó el almuerzo, aseó los dormitorios, restregó el baño, pasó la escoba y el plumero por el resto de las habitaciones.

Cerca de las cuatro volvió a pensar en la comida. La dejó preparada y ahí estaba, fría, algo triste. Se sentó en la mesa, miró su plato, un plato frío, alzó su copa, una copa vacía, y brindó y comió con nadie, si pena ni alegría.

A las cinco comenzó la ducha, se lavó y se peinó bien, se cambió toda la ropa, se puso el sayo de arpillera blanca, que era muy grueso y bastante áspero.

Cerca de las seis llegó la partera, revisó la cama, hirvió el agua y llenó de sábanas blancas todo lo que se veía.

A las seis en punto, María no tuvo un hijo.

Para cuando llegó su marido a las siete, el hijo ya estaba vestido y listo para el entierro, ella de pie a un costado de la mesa.

La comida caliente, la copa llena, el alma de piedra por que quito hijo muerto. De las sábanas blancas no quedó nada, ni siquiera se habló de ellas.


jueves, abril 14, 2005

Sueño 1

Por la noche, cuando tu cabeza se pose sobre la almohada, cuando tus ojos se cierren y comiences a caminar por tus sueños, mi reflejo se posará sobre tus párpados cansados.
Seré sólo un sueño y no entenderás por qué aparezco en tu memoria, sin permiso, sin apremios, sin consentimiento previo.
Por la noche, cuando camines rumbo a la nada, con la cabeza gacha, buscando en el pavimento vestigios de bermejos cabellos eternizados en ideales románticos e infantiles, verás sólo hebras oscuras guiando tus pasos con paciente sabiduría hacia una senda donde el placer no duele, donde el sentir no es pecado, donde el amar es sólo otro más de los pasajes de la historia.
Seré pesadilla entonces, porque no entenderás de dónde surgen esas dudas que apremian tu evidencia de aliado sin condiciones, tu certeza de amante constante, tu convicción de espera paciente.
Por las noches, soñaré que las caricias no son pasajeras, y mi sueño penetrará tu sueño, y apareceré descalza sobre las arenas de aquel mito que pone recebos en tus ojos para hacerte dormitar hasta la mañana.
Será fantasía ese sueño y no estarás aquí por las mañanas. Porque yo no seré Ella, tú no serás Él, nunca seremos Nosotros mientras sigas perdido en las tinieblas del insomnio, mientras sigas atado al madero que lleva al lobo vestido de espanto.

"Los Sueños de José" de Susana Poblete.

jueves, marzo 31, 2005

Manifiesto

El mundo está sobre una escalera negra. Nadie sabe si sube o baja. Nadie sabe si rueda o rebota. No sabemos cuando vamos arriba y cuando abajo. Decía Mafalda que los sudamericanos éramos sub desarrollados porque estábamos de cabeza. Pero, ¿quién nos asegura que ese es el orden verdadero? ¿quién dice que en realidad arriba es lo correcto? ¿quién puede afirmar que en verdad arriba es realmente arriba?

No sabemos bien para qué llegamos a este mundo posado sobre una escalera negra. La incertidumbre nos determina, somos víctimas de un determinismo al que buscamos oponernos con teorías filosóficas sobre la evolución, el libre albedrío o la imposición de la moda. El determinismo nos ataca a modo de "planes de vida", tendencias de la moda o imposiciones sociales que consentimos por cumplir, por ser aceptados.
Decía Zulypanta que hoy es imposible simplemente ser sin tener una etiqueta. Punkies, trasher, emos, electrónicos, anarkistas. Simples etiquetas para sentir que somos parte de algo sumidos en una sociedad que nos determina a carecer de expectativas, que nos castiga por cuestionar el orden, que nos limita para ser parte de ella.

Incluso las tribus urbanas que viven al soslayo de lo socialmente aceptado se ven en la obligación de aceptar el orden para contraponérsele y vivir así a su manera.
En este contexto, los desequilibrios sociales acumulan descontento. Las masas han hablado en otros lugares de Latinoamérica y nosotros nos mantuvimos ajenos, nos informamos por TV. ¿Qué pasa cuando los medios analizan la violencia de los jóvenes, catalogándola de vandalismo o delincuencia? ¿Cuál de los supuestos líderes de opinión cuestiona entonces qué responsabilidad nos cabe para generar en nuestros jóvenes tal grado de descontento que deben destruir para sentirse escuchados, para sentir que son parte de algo?

Manifiesto que ya no creo en nada. Manifiesto que busco recuperar al hombre por el hombre, a la mujer por la mujer, a la persona por la persona. Manifiesto que creeré sólo cuando el respeto del otro como legítimo otro sea Ley Divina. Por ahora, sólo queda manifestar.

sábado, marzo 26, 2005

Sólo Gabriela podría posar ahí... yo no, sería demasiada mi vergüenza...
Mía

Más que dos

Abrí los ojos y lo vi ahí, a mi lado, tendido desnudo sobre la cama, lejos, muy lejos de mí para una cama tan pequeña. Dormía plácido y mientras mis ojos recorrían sus facciones, esa nariz casi perfecta, pensé: “otra vez volví a hacer lo mismo”.

El frío me había despertado. Cuando miré alrededor no reconocí absolutamente nada. No era mi cuarto. ¡Maldita sea! Ahora me toca esperar que despierte para irme. No quiero conversar con nadie, no en este momento… no veo mi ropa por ninguna parte y estoy en un cuarto que no recuerdo, quien sabe en que punto de la ciudad. ¿Cómo vine a dar aquí?

Por el sabor de mi boca, puedo jurar que no he bebido. Sólo fumé uno o dos cigarrillos, de eso estoy segura. Nunca más de una copa de vino, porque la cabeza no me duele y cuando bebo más que eso la resaca me asegura una jaqueca de varios días. No, anoche no bebí. No entiendo entonces como llegué hasta aquí y estoy tendida al lado de este hombre de facciones casi perfectas, que duerme con cara sonriente, con la mejor de todas las expresiones de satisfacción.

Piensa… Piensa… anoche… venías de pantalones negros, polera gris y chaqueta negra, también… un pañuelo de flores en el tono. Ya está, desde aquí veo mis pantalones, mi blusa y mis zapatos… eso basta para irme…

Al incorporarme en la cama, escuché su respiración profunda. No debe haber sido tan mala la última noche. Con esa cara tan angelical, puedo entender porqué vine, aunque no lo recuerde.

Mientras me visto, oigo voces afuera, pasos, como si mucha gente caminara detrás de esa puerta. Pero abro la puerta y no veo nada, sólo un enorme pasillo blanco con muchas puertas a los costados.

Comienzo a caminar y dos hombres de blanco me toman de los hombros y me llevan a un cuarto igual al mío. El muchacho de la cama entra tras de ellos. Pregunta por una Gabriela que se supone soy yo. No, le digo, yo soy Ana. Entonces me pide que llame a Gabriela, que quiere volver a hablar con ella.

No, doctor, le vuelvo a repetir. Yo soy Ana, no recuerdo a Gabriela, sólo recuerdo que hace unos minutos usted dormía en otro cuarto a mi lado. Claro, en ese momento no recordaba que era usted doctor. Aunque ahora que lo pienso, quizás Gabriela esté por aquí, detrás de alguna de las otras puertas del pasillo blanco.

Entonces vuelvo a dormir, o más bien, a sentir que me sacan de mi cuerpo y me veo como desde el cielo. Oigo todo desde lejos, como si estuviera soñando. Entonces veo ese cuerpo, mi cuerpo, con una expresión diferente en la cara. Oigo que esa mujer asegura ser Gabriela. El doctor dice a los otros dos que se vayan, que los dejen solos, que tiene que continuar con la terapia. “Ya saben, las personalidades múltiples son difíciles de tratar”.

Se acerca a ella, le quita la blusa. Ella responde quitándole la bata blanca. Y la historia continua justo antes de que yo despertara, abriera los ojos y le viera allí, a mi lado, tendido desnudo sobre la cama, lejos, muy lejos de mí para una cama tan pequeña.

miércoles, marzo 23, 2005

Las Polillas

Qué más basta decir, salvo que lo he perdido todo. No es que tuviese mucho, pero si me queda claro, después de tanta verborrea cíclica y paulatina, que lo he perdido todo. O quizás sea que sólo he alcanzado nada.

Como partió. Recuerdo un techo mal pintado, deslucido. Tablas recubiertas de papel que retienen esas pequeñas pelotitas color café que dejan las polillas cuando comen la madera. Por ahí partió todo, por esas pelotitas diminutas que cada noche estaban sobre la cama cuando nos íbamos a dormir.

Quién iba a pensar que las pelotitas fuesen capaces de provocar una crisis matrimonial a menos de dos meses de casados. Yo dije, no es bueno casarnos, pero para cuando terminé la frase, la fecha ya la habían fijado mi padre y mi futuro marido. Y ya no quedó otra que entrar al altar con un vestido color marfil. Cinismo puro… yo no era virgen ni él mi primer hombre… aunque él así lo creía.

Pero estábamos en las pelotitas que dejan las polillas. Todas las noches, antes de dormir, había un pequeño montón de pelotitas justo en mi lado de la cama. Confabulación, hasta las polillas se oponían a mi testaruda decisión de seguir con este matrimonio de mentiras. Porque yo trabajaba igual que él, hasta me quedaba más tiempo en la oficina para no llegar y descubrir que ahí estaba el montículo de pelotitas café, diminuta forma de minar mi disposición a construir un “proyecto mutuo”, como le llaman al matrimonio… y eso que yo nunca quise casarme, sólo hice lo socialmente aceptado.

Y cada noche los vestigios de las polillas me comprobaban que esos insectos se comían mi techo y acababan con mi tolerancia. Claro, porque en su lado de la cama no había rastros de polillas y entonces él se limitaba a tirar hacia atrás las frazadas y dormir. A mí, que me comieran las polillas o que sus “regalitos” no me dejaran dormir. Nada de sacudir la cama, porque eso provoca ruido y despierta al hombre de la casa. Entonces el problema podría ser mayúsculo y generar una dinámica de violencia que nadie sabría donde termina.

El sacrificio del matrimonio. Yo tenía un buen trabajo, un departamento pequeño, pero agradable, un buen grupo de amigos y un novio eterno al que no le pedía mucho a cambio de no dar mucho tampoco. Entonces el novio se junta con el padre, y la vida de la novia a la basura. Y así lo perdí todo: el trabajo ya no fue más entretenido, los amigos se fueron porque ahora tenía marido, el departamento era demasiado chico para dos personas y el novio ahora es marido, no habla porque la comunicación y el galanteo no se aplican al matrimonio. Mientras tanto, yo recojo con cuidado los rastros de polillas a mi lado de la cama y lo voy dejando en una bolsa bajo el mismo lado de mi cama, cada noche, irrelevante e infranqueablemente, durante estos dos meses.

No creerían lo mucho que se junta en dos meses de no hablar por las noches por estar retirando pelotitas cafés de tu lado de la cama. Sacos de esa materia que parecen granos de arena pero más grandes, madera digerida, supongo. Y lo peor, la materia es directamente proporcional a la disconformidad que produce el casarte por hacer lo socialmente aceptado.

Entonces, cuando el marido apaga la luz en mitad de tu ritual de aspirado porque no lo dejas dormir, resulta casi normal reaccionar metiendo su cabeza en el saco de regalos de las polillas… y cuando las compañeras de celda se ríen del incidente, resulta casi un milagro que nuevamente las polillas vuelvan a anidar sobre tu cama.

viernes, marzo 18, 2005

Hasta el cansancio

Y pensar que, después de tantos años, tú y yo no logramos ser buenos, ni siquiera por carta. Y que después de tanto intento, la vida nos hizo creer que había más oportunidades sólo para reírse un poco más a costa nuestra. Y aún así descubrir que en este viaje, Cristóbal y yo fuimos siempre pasajeros de la mejor clase: incapaces de arriesgar, pero siempre en despedidas elegantes.

Es que sin importar cuan esporádicos y distantes fueron nuestros encuentros, terminamos por extender esos momentos a varios años de nuestras vidas. Y ahora, que esa vida se atraganta a carcajadas, sería interesante recorrer con la misma energía los adoquines de nuestra historia.

Porque fuese en una playa solitaria, sobre mi auto destartalado o en el calor de su cuarto, Cristóbal tuvo siempre la cualidad de reparar mi alma… y de destruirla con la misma facilidad con la que armaba el rompecabezas.

Desde esas primeras palabras, interrumpiendo una conversación ajena, para darme ánimos luego de una ruptura que hoy apenas y recuerdo como un “me obligas a hacer cosas que van en contra de mi moral”, las de Cristóbal fueron siempre miradas y sonrisas capaces de mejorar el más oscuro de mis días. Hasta esta última llamada en que me dices que sí, que tarde o temprano terminarás estabilizando tu relación con esa “ella” de quién te he prohibido darme el nombre, cada una de las veces que oí tu vos fue para abarcar los instantes de felicidad que recuerdo en mi existencia.

Tirada en esta cama que alguna vez compartimos, la misma donde me dijiste te amo mientras hacíamos el amor tras meses sin vernos, trato de recordar dónde fue que partió toda esta historia. Siempre que preguntan digo “la Universidad”, pero la verdad es que pasé cuatro años y nueve meses dentro de ella sin saber si quiera que existías.

Era cambio de siglo y la moda era la despedida del nuevo milenio. El temor a un hecatombe cibernético y los recuerdos de cien años de historia teñían el ambiente y yo, con mi propia historia a cuestas, me encerraba en tareas universitarias para perder por momentos la certeza de que sería por siempre una mujer sola. Absurdo recordarlo y descubrir, tantos años más tarde, que se trataba de una certeza fundada, y que aún después de amarte hasta el cansancio, no fuiste capaz de visualizar de qué se trataba todo esto.

Cristóbal tan amado, tan odiado y tan amado otra vez. ¿Cuántas veces te escribí mil cartas que nunca envié por temor a alejarte aún más en mis intentos por lograr de ti esa oportunidad de amarte?

Pero no estábamos en esa parte de la historia, sino en el comienzo. En ese, mi último año de universidad, la locura del final y ese tonto evento que alguien propuso como legado generacional. Y yo a cargo de la organización con el sólo objetivo de perder la certeza de que sería por siempre una mujer sola.

Era una reunión para decidir quien animaba. Una escuela pequeña, no más de 300 alumnos, y alguien me nombra a Cristóbal Cordero.

-¿Quién es ese? No, no lo conozco.
- Pero Gabriela, si lo has visto, el moreno de barba que es amigo de Fernando de cuarto año.
- Descríbelo mejor, que no sé de quien me hablas.
- Un poco más alto que tú, moreno, ojos café, muy callado.
- Ha de ser invisible, porque en cinco años de universidad no lo he visto nunca.
- Cuatro, porque entró un año después que nosotros.
- Cómo sea, el caso es que hay que decidir quien va a animar de su generación y no tenemos tiempo para perderlo en esto y yo no tengo la más mínima idea de quién me están hablando.
- Entonces lo ponemos en la lista.
- Si ustedes dicen que está bien, pónganlo donde sea… pero avísenle de la reunión del miércoles. Qué no falte, porque ensayan ese día. Yo los recibo y después me voy a editar. ¿Te parece?
- Perfecto, porque tienes que terminar la edición de los trabajos de Comunicación Audiovisual. A, Gabriela, de los cinco trabajos seleccionados tres son de Cristóbal.
- ¡¿me están molestando, cierto?! ¿¡Quién es ese tipo?!

En esta parte la historia se vuelve confusa. Salvo por el detalle de la bienvenida de ese miércoles y yo parada frente a este pequeño grupo de unas ocho personas y esa cara mirándome fijo desde un rincón de la sala. Esos ojos, oscuros, penetrantes, como si fuesen capaces de leer en lo más profundo de mi alma y yo desconcentrándome sin poder hablar un par de segundos.

Finalmente, el día del evento logré ponerle cara a tu nombre. Quien sabe, podría resultar obvio para algunos y sorpresivo para otros, pero ese nombre no fue otro que el de los ojos oscuros que me sonreían desde el fondo del aula unos días antes.

¿Por qué si olvido partes importantes de la historia puedo recordar detalles sin importancia como si fuera hace un instante que te vi caminando sólo mientras todos celebraban, sentado luego en una banca lejana, con esos ojos penetrantes totalmente nublados de tristeza? Y atreverme a hablarte fue toda una odisea para esta timidez superada mía, una que no impidió que mis manos sudaran frío y una gota gélida recorriera mi espalda mientras te pregunto si ya te dieron el regalo de agradecimiento y me das una afirmación con la cabeza, mientras tu boca sonríe y tus ojos siguen igual de nublados que hace un instante.

Ninguno habrá imaginado entonces que sería ese el punto de partida, que desde ese cruce de palabras surgirían lágrimas, risas, más lágrimas, versos y está vida mía, segura de que no existirá otro Cristóbal en ella, y esa vida tuya, acompañada de una “ella” de quien te he prohibido decirme su nombre.