Las monedas sonaban en mi bolsillo. Diminutas monedas que escapaban de mis dedos con la absurda idea de escurrirse por el orificio de la entretela de mi pantalón. Tintineaban de acuerdo al movimiento de mis piernas: izquierda... derecha... izquierda... derecha... tin... tan... tin... tan... Las monedas sonaban en mi bolsillo cuando entré al cibercafé.
Una vez sentados (las moneditas y yo), una de las monedas se lanzó en la ranura a un costado del aparato, sacrificándose para regalarme por media hora el sueño de interactuar con la pantallita brillante que pestañeaba coquetamente, guiñándome sus 1200 dpi al unísono.
Así, las monedas abandonaron mi bolsillo paulatinamente, arrojándose cual suicida a la abertura tragamonedas del computador de alquiler. Dejaron de cantar en mi cartera, expiando sus penas para convertirse en instancias interactivas que alimentaban la memoria virtual del voraz animal que navegaba en la red.
Así, las monedas abandonaron mi bolsillo paulatinamente, arrojándose cual suicida a la abertura tragamonedas del computador de alquiler. Dejaron de cantar en mi cartera, expiando sus penas para convertirse en instancias interactivas que alimentaban la memoria virtual del voraz animal que navegaba en la red.
La luz de la pantalla se reflejaba como estrellas amarillas a mil años luz de mi ubicación geográfica, me envolvía. Quería seducirme, obligarme a participar en el candencioso juego mental de esa pantallita frívola que jugaba con los impulsos eléctricos de mi cerebro.
Con señuelos computacionales, el dispositivo de salida me convenció para entrar en el hechizo de ese mundo virtual, resguardado sólo para quienes pasan más de quince horas diarias frente a éstas máquinas infernales, creadas con la seudoidea de ayudar a la raza humana.
En un destello el local desapareció, se convirtió en aire negro, espesa aura irrespirable. ¿Qué importaba el cuerpo de la chica del computador de al lado si ahora nuestras mentes se fundían en este sueño virgen de los computófilos? La atmósfera aquí es espesa para suspender nuestras mentes en un universo donde nuestras sinapsis se vuelven bytes que alimentan al voraz animal que navega en la red...
Repto entre los microchips y lo cables que ahora parecen inundarlo todo, tomando una magnitud similar a la Selva Amazónica. Repto hasta el cuadrado que asoma al mundo fuera de la red... Miles de cuadrados brillantes distribuidos circularmente y que exhiben realidades como un celuloide. Le Tour Eiffel, the Liberty Statue, Alturas de Machu Pichu, las Ruinas de Tchichen Itza... todos son escenario de alguna figura en proceso de seducción, observan impávidos a algún personaje en estado casi catatónico, son testigos impasibles del crimen que a diario la entidad virtual comete, cuando las insulsas personas son absorbidas por el voraz animal que navega en la red...
Los cuadro del celuloide pierden brillo, desaparecen ... las monedas que alguna vez danzaron en mi bolsillo, alegrando mi día, están ahora en el estómago del ordenador que hipnotiza mi cuerpo. Ya no tengo con que alimentar a la ranura del costado del computador.
¡¿Cómo escapo de éste mundo paralelo si mis monedas cantan en otros bolsillos, ajenos a mi desgracia?! Faltan sólo tres recuadros para que la baja de energía llegue a la pantalla que divide mi cuerpo de mi pensamiento. Repto, corro, mis sinapsis crean alas para ganar la loca carrera de la que depende mi sanidad mental, mi libertad de esta realidad donde mil mentes se funden en una, y mi futuro idilio con el voraz animal que navega en la red...
¡¿Cómo escapo de éste mundo paralelo si mis monedas cantan en otros bolsillos, ajenos a mi desgracia?! Faltan sólo tres recuadros para que la baja de energía llegue a la pantalla que divide mi cuerpo de mi pensamiento. Repto, corro, mis sinapsis crean alas para ganar la loca carrera de la que depende mi sanidad mental, mi libertad de esta realidad donde mil mentes se funden en una, y mi futuro idilio con el voraz animal que navega en la red...
Necesito salir, necesito olvidar la existencia de este ciberuniverso que envuelve mis pensamientos, engatuzándome cual serpiente con sus presas... Necesito escapar, volver a la seguridad de mi cuerpo, al mundo tridimensional donde la figura es palpable y no es un etéreo cúmulo de facultades intelectuales y sinapsis alimenticias... Necesito arrancar... necesito.
Repetitivo el destello me transporta otra vez al cibercafé. La misma máquina envolvente, los mismos 1200 dpi coquetos. La misma chica sentada a mi lado, con mirada de víctima del voraz animal que navega en la red... ya no quedan monedas, sólo el recuerdo de una ciberpesadilla de cursores que pestañean sistemáticamente.
Repetitivo el destello me transporta otra vez al cibercafé. La misma máquina envolvente, los mismos 1200 dpi coquetos. La misma chica sentada a mi lado, con mirada de víctima del voraz animal que navega en la red... ya no quedan monedas, sólo el recuerdo de una ciberpesadilla de cursores que pestañean sistemáticamente.
La pantalla se apaga, se vuelve un diminuto punto azul al centro de la superficie convexa del vidrio negro. Me levanto, con las manos en los bolsillos vacíos de alegres monedas cadenciosas.
Mis pasos retumban entre las hileras de aparatos que amueblan el cibercafé. Mis pasos retumban cuando camino por el pasillo, libre, con la sola idea de alcanzar la puerta. Mis pasos retumban cuando cruzo el umbral, penetrando en el universo denso y oscuro del aire negro. Mis pasos retumban cuando cruzo el umbral y entro en la boca del voraz animal que navega en la red... ya saben, cuando se entra en el sueño de los computófilos nada logra sacarte de allí.
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