jueves, diciembre 29, 2005

Por la otra vereda

Siento un sudor frío corriendo por mi espalda. Te he visto caminando por la vereda de enfrente. No sabes que aquí, a pocos metros, la vida te prepara una sorpresa que te llevará por un segundo a ese pasado nuestro que hoy creo sólo yo recuerdo.

No soy más que una regresión, un recuerdo, la obligación de revisar si las decisiones fueron las correctas. Pero ahora caminas por la vereda de enfrente, ignorante de que a este lado una mirada fija se posa sobre tu espalda.

La suerte ayuda. Tanta gente hace que logre parecer casual, despreocupada, cuando cruzas la calle y llegas a este lado de la calle… ¿qué pasará por tu mente ahora? ¿Sentiste emoción al divisarme entre la gente, al oír mi voz, la misma voz que te hablaba entre gemidos de una historia inconclusa y que regresa, negándose a morir completamente, sin importar cuan agónica se encuentre?

Te vi, caminabas ignorante del cuestionamiento que se te viene. Te vi, pensé que sería conversa como antes. Pero no estabas ahí. Te vi y no eras tú. Recordé entonces tantas noches de conversaciones, esa amistad solapada y oculta entre besos y caricias, esas confesiones de lo peor y lo mejor de nosotros mismos… Tantas hojas escritas en nombre de un ser que no existe más que en mi memoria.

Y sigues apareciendo hoy… te veo caminar por millones de veredas y mi corazón no busca escaparse de la boca, correr por otros mundos con pretensiones de universo. El tiempo no es mal amigo: otros amigos de entonces siguen siendo iguales. La vida no es mala amiga: otros amigos de entonces siguen con la misma vida.

En el fondo, descubrí que ese hombre algo gordo con anillo al dedo y trabajólico que camina por la vereda de enfrente antes fue un joven más delgado sin anillo y menos trabajólico, pero con potenciales de ser hombre ejemplar de la sociedad postmoderna. En definitiva, aquel que escribía sobre noches donde todos sabían amar no existe, es un eufemismo de mis divagaciones.

Te vi. Caminabas ignorante por la vereda de enfrente. La gota de sudor se secó en mi espalda antes de que dijeras “hasta luego”. Muchas otras tardes te vi y la gota no volvió a aparecer en mi espalda…


Mía

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