miércoles, septiembre 20, 2006

Carcinoma Hepático del Alma


Hoy le vi, surgió como un bulto en mi hígado
La cirrosis del alcohólico que engendró abatimiento
La degeneración de un dipsómano progresivo y delirante
Que saboreó hasta provocarles borrachera a sus fiduciarios

Tengo miedo de mirarle, quizás sea como verme en el espejo
Es el pavor del recuerdo, son las noches de dormir en la angustia
Las madrugadas de pavor que disfrutamos de una herencia extática
Reminiscencias de una niñez sin niños llena de espumarajos de cerveza

Pocas veces vemos un carcinoma hepático del alma
La ecografía no logra revelarlo a los facultativos inquisidores
Los escrutinios clínicos no consiguen fotografiar las entrañas emocionales
Los galenos orgánicos no advierten a este huésped parasitario alojado a voluntad

Este cáncer no se cura con nada, es crónico
No lo verán en ningún otro lugar más que en mi hígado
La ira, el resentimiento, el miedo son sus enfermedades oportunistas

Después de ella, solo queda la miopía sentimental de tanto ver vasos vacíos

Mía

jueves, agosto 17, 2006

No son mis versos

Los encontré tirados en un rincón de mi cerebro.
Alguien los escribió por mí para jugarme una broma.

No puedo escribir poesía.
No soy poeta y esos no son mis versos.
Los encontré en un baúl, algo roídos, bastante maltrechos.

Los he cuidado.
Con el tiempo, se fueron acostumbrando a mi presencia.
A veces los oigo hablar: creo que ellos piensan que son míos.
Quizás de tanto repetirlos hasta ellos se convencieron.

¿Qué dirás sus padres, entonces?
¿Me harán querella por cambiarles los hijos en la cuna del hospital?
¿Dirán que se los robé de tanto repetirlos?
De todas formas, ellos los dejaron olvidados
en unas hojas amarillas de unos libros de tapas blandas,
de esos que se compran en los kioskos de los terminales de buses.

Yo los aprendí y los he repetido
los últimos 25 años de mi historia.
Podría decir que me pertencen de tanto usufructuarlos.
De todas formas: ¿Quién dijo que la poesía tiene título de pertenencia?

Mía

martes, agosto 01, 2006

De gotas...

Comencé a caer y sentí el frío que provocó el viento en mi cuerpo desnudo.

Las curvas de cintura se amoldan a las figuras de este hálito mientras avanzo por él, no cortándolo sino más bien, como si avanzara por agujeros de gusanos, rectos y eternos.

El tiempo se eternizó entre el principio de mi caída y el golpe en el piso. La luz me atravesó y fue a formar un arco iris que por un segundo se dibujó en la pared del fondo el patio.
Comencé a caer y el vértigo me inundó toda, la incertidumbre, el convencimiento del fin en la medida que el suelo se acerca a mis ojos.

Antes de la caída, me desprendí del metálico frío que significó mi nacimiento, porque algunos comenzamos a caer apenas y vemos la luz al fondo de la matriz.

Entonces, cuando llego al piso me rompo en mil pedazos y me hago una con la tierra… ya sabéis: la vida de una gota es tan corta.
Mía

jueves, julio 13, 2006

Una historia más

La historia comienza así: "Se levantaba temprano por la mañana, antes de las cinco, y mientras sus amigas le hacían la fila para la carne, ella corría hasta el depósito de carbón para poder llegar con la carga a la pensión y empezar a dar el desayuno antes de las siete"...

Así inicia la historia y mientras el tecleo de la máquina rompe la nívea superficie de papel, casi escucha el crepitar del fuego, los pensionistas pidiendo café, el frío de las mañanas en la pampa parece que vuelve a resquebrajar la piel de las manos...

Y cuando abre los ojos, tiene los trozos de carbón en las manos y los pone en la salamandra... y mientras sus amigas le guardan el puesto en la fila del pan, el calor y el tecleo sobre la nívea superficie de papel se esfuman en el viento de la pampa, se transforman en otro más de los granos de salitre que le roban a los cerros esos hombres que ahora el piden café...