viernes, abril 22, 2005

Desencuentro

Qué alguien me explique por qué nadie me advirtió que tú y yo no seríamos parte de algunos juegos eróticos. Y que este intento de historia sería tan corto y desilusionante. De haberlo sabido, no habría vivido aquel instante que parece desfilar frente a mí, inadvertido, sin que el tiempo se percate de su existencia.

Y ahí estábamos los dos, desnudos sobre una cama que antes había recibido a un centenar de amantes de seguro mucho más apasionados que nosotros, en un cuartucho hediondo cuya única cualidad era generar en mí la idea de los actos más obscenos de la historia. Veníamos de un par de encuentros furtivos, cual de todos menos excitante que el anterior y que terminaron por convencernos –o más bien, convencerme- que las cosas no iban a resultar.

Entonces la frase resultó bastante natural después de intentar hacer el amor sin conseguirlo, si es que se puede llamar a eso hacer el amor, porque no le alcanzaba ni para el apelativo de sexo. La cama suena, el condón es muy chico (¿o muy grande?), la ducha tiene una gotera y tu olor me parece desagradable, pegajoso y se me antoja que la piel se me impregnará de él y tendré que darme una ducha de varias horas para quitar esta repugnante capa invisible que se cuelga de mi cuello y lo abraza como una serpiente intentado sofocar a su víctima.

Fue inevitable cuando entre el suspiro, el sueño y la frustración las palabras saltaron, se agolparon entre la garganta y la lengua, se desfiguraron primero para adquirir la figura particular del desencantamiento, y salieron primero como calladas frases dichas entre labios, los mismos labios que hace un minuto besaban una boca que en el fondo disgustaba, con una lengua excesivamente regordeta y babosa. Las letras salieron primero como un susurro, tomaron personalidad propia, se juntaron en palabras inteligibles y saltaron exiguas por entre mis dientes... No va a resultar...

- ¿Qué dijiste?
- Nada...
- No, dijiste algo...
- Que no va a resultar...
- ¿qué cosa?

¿Qué cosa? ¿Cómo no vas a entender qué cosa? ¿Acaso estoy sola en este cuarto o sólo a mí me pareció uno de los actos más intrascendentes de toda la existencia humana? Hay cosas que simplemente no entiendo: toda la historia es testigo de uno de los momentos más absurdos desde la creación del hombre y a ti te sigue pareciendo algo digno de repetición... ¿y que hay de mí?...

Y vino esa imagen incongruente de dos personas que después del encuentro ni siquiera se miran, se despiden con un beso que apenas roza la mejilla, cansados de tantos tropiezos que no llevan a nada. De seguro si existe Dios y mira el cuadro pensará que tan patética foto no se cataloga en el pecado, porque el pecado necesita de deseo, de gozo, de lujuria, y en este caso ninguno de esos tres sentimientos había tocado esta alcoba, al menos no durante el par de horas que decidimos utilizarla.

Me fui a casa. En el trayecto no pude dejar de comprobar que efectivamente tu olor se había pegado a mi cuello y salía como aprisionándome, como queriendo recordarme a cada segundo que no estaba hecha para esto. Cuando llegué, tal como me lo imaginé cuando tu boca recorría los lugares más recónditos de mi cuerpo –esos que en otra circunstancia y con otra persona simplemente me hacen perder el sentido-, abrí la llave de la ducha para que el agua recorriera los mismos centímetros de piel que antes tus dedos habían dibujado torpemente intentado convencerme que el encuentro valía la pena, para que el agua me liberara de esa anaconda invisible a punto de abrir su boca para comenzar a tragar mi cabeza.

Y finalmente me dormí, con la luz prendida para evitar que las penumbras me llevaran nuevamente a ese lugar que desde mañana borraré de mi memoria para seguir con la rutina. De seguro mañana tú ya no serás tú y al hablar de nosotros no estarás incluido en el cuento.


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