sábado, marzo 26, 2005

Más que dos

Abrí los ojos y lo vi ahí, a mi lado, tendido desnudo sobre la cama, lejos, muy lejos de mí para una cama tan pequeña. Dormía plácido y mientras mis ojos recorrían sus facciones, esa nariz casi perfecta, pensé: “otra vez volví a hacer lo mismo”.

El frío me había despertado. Cuando miré alrededor no reconocí absolutamente nada. No era mi cuarto. ¡Maldita sea! Ahora me toca esperar que despierte para irme. No quiero conversar con nadie, no en este momento… no veo mi ropa por ninguna parte y estoy en un cuarto que no recuerdo, quien sabe en que punto de la ciudad. ¿Cómo vine a dar aquí?

Por el sabor de mi boca, puedo jurar que no he bebido. Sólo fumé uno o dos cigarrillos, de eso estoy segura. Nunca más de una copa de vino, porque la cabeza no me duele y cuando bebo más que eso la resaca me asegura una jaqueca de varios días. No, anoche no bebí. No entiendo entonces como llegué hasta aquí y estoy tendida al lado de este hombre de facciones casi perfectas, que duerme con cara sonriente, con la mejor de todas las expresiones de satisfacción.

Piensa… Piensa… anoche… venías de pantalones negros, polera gris y chaqueta negra, también… un pañuelo de flores en el tono. Ya está, desde aquí veo mis pantalones, mi blusa y mis zapatos… eso basta para irme…

Al incorporarme en la cama, escuché su respiración profunda. No debe haber sido tan mala la última noche. Con esa cara tan angelical, puedo entender porqué vine, aunque no lo recuerde.

Mientras me visto, oigo voces afuera, pasos, como si mucha gente caminara detrás de esa puerta. Pero abro la puerta y no veo nada, sólo un enorme pasillo blanco con muchas puertas a los costados.

Comienzo a caminar y dos hombres de blanco me toman de los hombros y me llevan a un cuarto igual al mío. El muchacho de la cama entra tras de ellos. Pregunta por una Gabriela que se supone soy yo. No, le digo, yo soy Ana. Entonces me pide que llame a Gabriela, que quiere volver a hablar con ella.

No, doctor, le vuelvo a repetir. Yo soy Ana, no recuerdo a Gabriela, sólo recuerdo que hace unos minutos usted dormía en otro cuarto a mi lado. Claro, en ese momento no recordaba que era usted doctor. Aunque ahora que lo pienso, quizás Gabriela esté por aquí, detrás de alguna de las otras puertas del pasillo blanco.

Entonces vuelvo a dormir, o más bien, a sentir que me sacan de mi cuerpo y me veo como desde el cielo. Oigo todo desde lejos, como si estuviera soñando. Entonces veo ese cuerpo, mi cuerpo, con una expresión diferente en la cara. Oigo que esa mujer asegura ser Gabriela. El doctor dice a los otros dos que se vayan, que los dejen solos, que tiene que continuar con la terapia. “Ya saben, las personalidades múltiples son difíciles de tratar”.

Se acerca a ella, le quita la blusa. Ella responde quitándole la bata blanca. Y la historia continua justo antes de que yo despertara, abriera los ojos y le viera allí, a mi lado, tendido desnudo sobre la cama, lejos, muy lejos de mí para una cama tan pequeña.

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