Y mientras subo las escaleras no tengo muy claro a qué vine esta tarde. Quizás sea esa costumbre mía de sentirme tan felina, incluido eso de la curiosidad que siempre termina matándome. Muy almidonada y compuesta subo la escalera de la incertidumbre.
Son varias semanas de flirteos virtuales que me tienen subiendo esta escalera. El caso es que no creo tanta maravilla y sin duda me aventuro sólo para descubrir que tan cierto hay en tanto juego de palabras que me tiene algo prendida hace varias noches.
Saludo informal y me siento en tu sillón. Mientras recorro con la mirada el cuarto me descubro mirando sin el más mínimo dejo de culpa, una foto de una mujer que sonrie feliz mientras la abrazas. No es mi problema si esta historia me trae a tu sillón familiar para cobrar tu tan prometida experticia en el sexo.
Y sigo aquí sentada esperando ver que trae el momento mientras me acomodo la media que se movió de su ubicación perfecta y ya no pasa su dibujo de rosas negras justo por la hebilla de mis tacones de cuero. Curiosa felina sentada en el sillón familiar en minifalda y tacones mientras la dueña de casa le sonríe desde la foto a un costado de la televisión. A ella no parece importarle que te acerques y me robes un beso mientras conversas trivialidades.
A mí tampoco me importa que me vea devolverte el beso con ansia algo infantil, mientras respiro entrecortado, cierro los ojos, dirijo tu boca a mi cuello y permito que tus manos recorran mis senos. Admito que encuentro algo vulgar que me digas "mira lo que te está esperando" mientras bajas mi mano a tu entrepierna, aunque tanta vulgaridad me excita.
Se trata sólo de cerrar los ojos de abandonarme al placer de sentir como tus manos arrancan la ropa bajo mi falda con una avidez algo torpe, para perder tu boca en mi otra boca, deslizar tu lengua por esos recovecos que me hacen gemir de placer.
No será difícil perder la compostura para arrodillarme y meter tu miembro en mi boca mientras pienso que el tamaño promete y tú hechas tu cabeza hacía atrás y suspiras complacido. No tardarás tanto en extenderme en el sillón familiar para subirte sobre mí y abandonarte.
Mientras tanto miro mi pie, noto que mi tacón sigue ahí y de mi tobillo cuelga una media, en un detalle totalmente falto de sensualidad que me desconcentra. Y descubro con algo de decepción que tanto tamaño requiere de mucha energía para mantenerse erguido.
Miro a la mujer de la foto y no entiendo cómo sonríe tanto. Yo estaría muy frustrada si cada una de mis noches fuesen como esta tarde. Así que mientras te pierdes en el baño para limpiar los vestigios de tu propio placer, con rapidez extrema vuelvo a convertirme en la chica almidonada y compuesta que subió la escalera.
Curiosa gatita que por andar fisgoneando en pantalones ajenos debe volver a casa a juguetear con su almohada, no sin antes despedirse con una sonrisa burlona, mientras mira la cruz pegada en la pared:
- diosito te va a castigar por pecador, digo con una mirada maliciosamente juguetona.
- A tí también, por caliente.
- A mí no, porque yo soy atea.
Y me voy, sin esperar despedida y con tu rostro perplejamente desencajado en mi memoria.
Mía.
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