Los encontré tirados en un rincón de mi cerebro.
Alguien los escribió por mí para jugarme una broma.
No puedo escribir poesía.
No soy poeta y esos no son mis versos.
Los encontré en un baúl, algo roídos, bastante maltrechos.
Los he cuidado.
Con el tiempo, se fueron acostumbrando a mi presencia.
A veces los oigo hablar: creo que ellos piensan que son míos.
Quizás de tanto repetirlos hasta ellos se convencieron.
¿Qué dirás sus padres, entonces?
¿Me harán querella por cambiarles los hijos en la cuna del hospital?
¿Dirán que se los robé de tanto repetirlos?
De todas formas, ellos los dejaron olvidados
en unas hojas amarillas de unos libros de tapas blandas,
de esos que se compran en los kioskos de los terminales de buses.
Yo los aprendí y los he repetido
los últimos 25 años de mi historia.
Podría decir que me pertencen de tanto usufructuarlos.
De todas formas: ¿Quién dijo que la poesía tiene título de pertenencia?
Mía
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