martes, septiembre 04, 2012

Justicia Divina

Nadie supo de donde vino la bala. Una bala casi divina, bala vengadora, justiciera, la bala que logró restablecer el equilibrio roto. Es que esa tarde se oyeron muchas balas, la mayoría procedía del grupo de policías afuerinos, de militares solicitados como apoyo. Ninguna, eso sí, vino desde el sindicato.

Los disparos se oían a la distancia y la mayoría creyó que esa bala fue algo así como un designio divino. Es que decir que se trataba de una bala perdida era bastante poco. Es más, la bala llegó sólo a un destino, aún cuando pudo llegar a otro sitio. Mala suerte, dirían algunos. Karma, asegurarían otros. Castigo, confirmarían los más radicales.

Pero que más se puede decir de esa bala sino que fue el resultado de una concatenación de acontecimientos. Todo partió 60 días antes, cuando los obreros decidieron ir a la huelga. La más larga de las huelgas, comenzada a mediados de julio, en ese 1952 que pocos recordarían. Digamos que hubo a lo largo de la historia de la Pampa Salitrera otras matanzas de mayor envergadura que llamaron más la atención de los historiadores, de los poetas y del inconsciente colectivo, otras huelgas que si merecieron cantatas, otros muertos que si obtuvieron monumentos. Los que acompañaron a esa bala perdida pasaron desapercibidos entre las hojas de la historia.

Aquel mediodía del 18 de septiembre de 1952 pasa sin pena ni gloria en los anaqueles de las matanzas obreras de la pampa. Pero eso no viene al caso, lo importante es que nadie supo de donde vino la bala, esa bala con carácter de justicia divina, la bala justiciera y vengadora.

Porque el sindicato donde los obreros mantenían su huelga estaba varios metros abajo, lejos, muy lejos de aquella loma inocente donde los curiosos llegaron al oír los disparos y ver a esos “soldaditos de plomo” en perfecta formación. Y a la voz del “adelante, abran fuego” que el capitán ordenó, los curiosos no temieron porque una inocente loma parecía protegerles de las consecuencias desencadenadas por las peticiones obreras.

Sólo un dejo de desidia recorrió sus ojos, cuando oyeron, en la cima de la loma, a aquella mujer rompehuelgas azuzando a los militares: “¡¡¡mátenlos, por comunistas!!! ¡¡¡Mátenlos, por sindicalistas!!!”. Luego un silencio y tras él, el grito de dolor.

Claro está, nadie supo de donde provino la bala y nadie entendió como esa bala fue a dar justo en la pierna de la única mujer de la oficina que no apoyaba a los obreros. Mujer de obrero, madre de obrero, hija de obrero que traicionó a su clase para lamer la bota de un empresario que le pagó con una bala en la cadera.


Y la misma desidia recorrió los ojos de los asalariados durante años, cuando la vieron pasar cojeando por las polvorientas calles de la oficina. Nadie recordó su nombre, nadie recordó su cara, sólo esa cojera con carácter de castigo divino, el resultado de una bala que al parecer llegó a hacer justicia, aunque nadie supiera de donde venía.

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