Mi celular sonó por décima vez en media hora... El mesaje de texto decía: "Saludos... Yeye". Mi jefa puso pésima cara. La embestida llegó a la salida, en voz muy baja y sin siquiera mirarme... "¿hasta cuando recibes mensajes cuando estamos en una reunión tan importante? ¿Sabes bien cuanto nos costó conseguir esta entrevista con el Ministro?
Ni que lo hubiese olvidado. La entrevista la había conseguido yo, aunque no me dejaran ni siquiera hablar. "No sé de quien era, solo dice algo de yeye". Me miró con cara extrañada.
Varios días después, los mensajes volvieron. No molestaban tanto, en realidad. Sólo llegaban. A ratos eran hasta agradables, pues aparecían en momentos tremendamente oportunos. Cuando estaba triste. Si me sentía sola. Después de los ataques de histeria y paranoia de mi jefa, donde todos eran acusados de ser causantes de las plagas de Egipto o de comenzar el Apocalispsis.
Yeye comenzó a parecer simpático. O simpática. Nunca lo tuve muy claro. El caso es que sus mensajes eran avisos perfectos de malos augurios, lo que terminó transformándose en un perfecto sistema de reducción de daños. Aprendí que los saludos de Yeye revelaban detalles que me permitieron adelantarme a situaciones que podrían haber sido desastrosas. Sacar doble copia de un informe, pues el original se extraviaba, preparar café para tenerlo servido justo antes de que me lo pidieran, llegar bien vestida al trabajo el día exacto.
Así, justo así, fue que conocí al que luego fue mi esposo. Es que los mensajes de Yeye, parecieron extenderse en el tiempo. A él (o ella) también le agradaban mis mensajes de agradecimiento. Decidí que el cumpleaños de Yeye era el día en que recibí el primer mensaje y en varias ocasiones envié mensajes de felicitación. De vuelta recibía un simple “saludos… Yeye”.
Cierta mañana recibí un mensaje muy temprano. Entonces, cambié el traje que había elegido la noche anterior. Me puse un vestido de seda, con muy buena caída, que hacía conjunto con un chaquetón en el tono. Definitivamente, no era el traje perfecto de una secretaria, sino más bien el que usaría el encargado de la sucursal, o sea, mi jefa. Y partí a la oficina. Mucho tiempo habíamos tardado en conseguir nueva entrevista con el Ministro como para demorarse por el atraso de una simple secretaria.
Agradecí el mensaje de Yeye cuando mi jefa, bastante nerviosa por la entrevista recibió un mensaje, tuvo un nuevo ataque de histeria, sucumbió al estrés y terminó colapsando. Buena suerte para mí que el Jefe máximo estuviera justo entrando por la puerta, pues quería ser parte también de la reunión con el Ministro. Buena suerte para mi, que era la única que manejaba a la perfección los datos, mejor incluso que mi jefa, ya que en las sucesivas reuniones con el Ministro había sido yo quien le pasaba los apuntes por debajo para sostener las conversaciones de gran trascendencia para la empresa. Y suerte que estaba vestida para la ocasión.
Rumbo al Ministerio fui ascendida a jefa y una de mis antiguas amigas se convirtió en mi secretaria. El día estuvo perfecto, pero extrañé los mensajes de Yeye. En lo sucesivo, los mensajes desaparecieron de mi vida y por más agradecimientos o saludos de cumpleaños que enviaba, Yeyé no volvía.
Mi carrera estuvo bien, supongo. Pero a ratos me descubro torturando a mi secretaria.
A ratos imagino que recibe mensajes en su celular y que en cualquier momento descubrirá que el mérito nunca fue mío. Sin Yeye yo no habría llegado a ninguna parte. Veo a los empleados cuchichear a mis espaldas. Seguro Yeye me ha traicionado y le contó todo a todos. Ese crápula ponzoñoso que se hacía pasar por amigo con sus saludos oportunos. Ustedes, todos ustedes tienen la culpa. Las cosas ya no andan bien en esta oficina por su inoperancia. Esconden los papeles, pierden los memos, malogran las copiadoras. Ustedes son culpables. Y tú, eres la peor, con tu perfecta eficiencia, adelantada siempre a todo. Ahora vienes y avisas que conseguiste una nueva entrevista con el Ministro, como si yo no supiera que tan fáciles son de conseguir. Conseguí muchas, ¿sabes? Y no sé que tanta importancia te das con ese trajecito de seda y su chaquetita al tono. Bastante llevas ya adelantándote a mis ideas como si yo no recordara que en la primera entrevista en que estuviste con el Ministro estabas más preocupada de los mensajitos que recibías en ese aparatito de mala calidad. No sonrías tanto cuando lees los mensajitos. ¿Que acaso crees que la bondad de Yeye no tienen precio? Yo me reiré de ti cuando él te cambie por tu secretaria. ¿O es ella? Yo me rio, me rio a carcajadas. Yeye me está llamando mientras me llevan a la casa de reposo. Yeye me diagnosticó estrés. Pero me sigo riendo. Yeye… ¿Quién será Yeye?
Mia
Brice Echenique escribió hace tiempo otra amigdalitis. Ésta es mi amigdalitis, porque al igual que la otra protagonista, seré sólo Mía.
martes, marzo 03, 2009
lunes, marzo 02, 2009
La muerte anda cerca
La muerte anda cerca.
Se está llevando a algunos que ni siquiera sup¡eron
que fueron importantes.
Los ví reirse por última vez hace mucho:
yo no era parte de sus amigos cercanos.
La muerte anda cerca.
¿Estar lejos me impide sentir sincera tristeza?
¿Magdalena habría llorado si el muerto fuese Barrabas?
¿Tendrías derecho, Magdalena, de derramar lágrimas?
La muerte está cerca y ni un pañuelo tenemos a la mano.
Mía
Se está llevando a algunos que ni siquiera sup¡eron
que fueron importantes.
Los ví reirse por última vez hace mucho:
yo no era parte de sus amigos cercanos.
La muerte anda cerca.
¿Estar lejos me impide sentir sincera tristeza?
¿Magdalena habría llorado si el muerto fuese Barrabas?
¿Tendrías derecho, Magdalena, de derramar lágrimas?
La muerte está cerca y ni un pañuelo tenemos a la mano.
Mía
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